martes, 22 de enero de 2019

Sobre la soledad

Irónico, ¿verdad?, que las personas que más me aman son las que menos idea tienen de mí y de las que más intento aislarme.
De verdad, no tienen idea de qué soy. Pero no se los reprocho, porque yo misma me he procurado este hermetismo que les imposibilite saberlo. Los he engañado construyendo una apariencia ilusoria que oculta mi verdadero ser, y entiéndase por ser, a quien soy en pensamientos y sentimientos.
La cosa es que me callo mucho; el silencio es el refugio de mi identidad, del que no deseo que tengan conocimiento. Nunca les cuento qué pienso o siento. No saben de opiniones personales ni percepciones sobre ningún asunto y nunca hago comentarios sobre los temas con los que buscan empezar una conversación.
Me limito a escucharlos, y a veces, cuando intuyo que la inexpresividad de mi rostro sumado al silencio podría sentarles mal, intento sonreír, abrazarles, decirles que los quiero y luego desentenderme de ellos para volver a la soledad.
La soledad de mi habitación, claramente. Porque sí, me estoy refiriendo a mi familia.
Así concluyo que convivencia no implica conocimiento, ni comunicación y aún menos, unión.

Evocando octubre

Cuando nos volvimos a encontrar y agarré tu mano tendida en un saludo, la sentí tibia, como es usual, contrastando con la constante frialdad de las mías. Me apretaste entonces la muñeca con fuerza y sostuviste mi mano por unos segundos que los sentí largos. Te miré a los ojos y en tu mirada encontré la altivez de quien se conoce dominante y poderoso ante la vulnerabilidad de un corazón enamorado. Intenté apartarme, pero tus dedos hacían presión contra mi mano y la ansiedad me engullía el ser. Sentía reprimirme terriblemente. Quería decirte algo trascendental, sonreírte quizá, y apartarnos a un rincón donde estar a solas, pero todas mis ansias no eran más que simples fantasías estimuladas por la fuerza de tu presencia. La verdad es que tu existencia desencadenaba grandes ansiedades a la mía. Por ello, para vivir sin grandes padecimientos de ansiedad y nerviosismos irritantes, en mi desesperado afán por desplazarte de mi mente y corazón; tomé la radical decisión de evitarte, al menos desde el mundo cibernético. Ahora ya no hay mensajes tuyos que perturben mis ánimos con las ansias por la continuidad de una conversación irremediablemente temporal, o con la impaciencia por una respuesta destinada a nunca llegar. Aprendí a dejar de estar pendiente de vos a través del móvil, pero todavía me falta aprender a no estarlo con tu presencia corpórea a mi lado. En los segundos que sentí tu mano sujetar la mía, viví de recuerdos, evocando la vez que habías dicho extrañar entremezclarte conmigo como si fuéramos uno y cómo, al día siguiente fuimos dos intentando ser uno. Me acordé entonces de vos y de unas palabras que pronunciaste un tiempo aún más remoto; -Hoy me sentí atraído hacia vos –empezabas-, más que de costumbre, y cuando nos despedimos te abracé y te acaricié la espalda, y quise hacerlo sin ropa –agregaste-. Siendo que la vida es corta para andar con rodeos, quiero decirte que vos me gustaste desde la primera vez que te vi. Quizá realmente te gustaba, pero no como habría querido yo. No te gustaba como a mí me gustan los atardeceres o el olor de los eucaliptos mentolados; con gratitud a la vida porque existan estímulos sensoriales y espirituales que realcen el gozo por vivir. Tampoco te gustaba como me gustan los colibríes o el verdor de las plantas; con admiración y genuina apreciación a la característica particular que despierta el encanto. Te gustaba, intuyo, como me gusta el chocolate en un día de inadvertidos antojos; por puro capricho espontáneo nacido de la ansiedad. Mamá me vio llorar alguna vez debido a la frustración de ser medio de placer corporal de alguien a quien me ofrecí entera. Desde ese instante comprendí que por todas mis fuerzas tendría que alejarme de vos, y no por mí, sino por mamá; porque el amor hacia mí misma no bastaba para decidir no merecerme el trato que me ofrecías, pero el amor hacia mamá sí. La verdad es que resquebrajé su corazón. Tomó el sentimiento de humillación que me correspondía sentir a mí como propio, lo vivió ella para sí misma, abandonándome a una soledad dolorosa por dos semanas, mientras ella se empachaba de una mezcolanza de emociones que circundaban desde la decepción, la rabia, la impotencia y el dolor. Me sentí abandonada, repito. Pero creo que el sentimiento de abandono ante cualquier sufrimiento es normal, porque el dolor es una experiencia enteramente personal que no puede ser compartida con nadie. El padecimiento nos empuja a la soledad, a la individualidad reafirmada, nadie es capaz de sentir el dolor que nos engulle el ser. La niña de mamá murió y ella estaba de luto, por mi inocencia. Semanas pasaron y apenas hablábamos y rehuíamos nuestras miradas. Yo era incapaz de hacer contacto visual porque no soportaba ver el dolor dibujado en su rostro y sentía ser devorada por la culpa. Culpa por haber corrompido la imagen que se había procurado en construir para mí misma. Culpa por crecer, convertirme en mujer, ansiar a un hombre, desear amar y ser amada. Culpa por la posibilidad de haber avergonzado y decepcionado a mamá por ser demasiado humana, en completa servidumbre a las pasiones del cuerpo. Mi relación contigo enturbió la relación con mamá, enseñándome que el amor de una madre así como dulce, puede ser pesado. Me habría hundido en una soledad dolorosa, de no ser por los amigos que me regalaste, quienes me acompañaron, cuidaron y brindaron afecto, incluso hoy, enseñándome a partir del valor del contraste a no aceptar tus malos tratos, aprendiendo a valorarme, un poco más. Quise que más allá de sujetar mi mano en ese transitorio encuentro, me hubieses invitado a sentar en algún banco, como a inicio de otoño, para perderme en la pesadez de tus ojos, mientras me hablases de tus infantiles pasiones y yo te prestase atención, demasiado embelesada. Me habría tentado en hundir mis dedos entre tus cabellos y acariciártelos, e irremediablemente, querría besarte y resguardarme entre tus brazos. La lujuria y el deseo nos abrazarían entonces a ambos, y yo me convertiría en el vaso del cual beberías para calmar la sed de placer que tu cuerpo candente sentiría. Ser un vaso, un medio, al fin de cuentas, fue la única finalidad de mi existencia en tu vida. Por eso no puedo evitarte los reproches, especialmente luego de todos los "te quiero" salidos de tu boca que conté cuando la última vez que nuestros cuerpos desnudos yacían en una cama dijiste no sentir amor. Pero vos, mi queridísimo, dejaste una huella profunda que no olvidaré fácil. Fuiste el golpe fulminante que resquebrajó el cascarón de la niñez, de la inocencia, del sueño bello y desentendido de la prohibición y las pasiones turbias. Ojalá llegue pronto el día en que vuelvas a tenderme la mano y tras sentir el calor de tu piel, ya no te sienta dueño de toda mi veneración, que te mire a los ojos y no vea más que un hombre ordinario por quien solo la indiferencia nace en respuesta.

sábado, 19 de enero de 2019

Mixturas

Veo llover y gotas caer,
para perderse en el cauce del raudal
que las lleva no sé dónde,
entremezcladas en una totalidad,
que desconoce de individualidades
y particularidades.
Tengo que escribir,
pienso entonces,
antes de que mis memorias se pierdan
en el fluir de la historia universal,
siendo confundidas inicialmente,
y olvidadas finalmente.
Estoy sentada en un ambiente opaco,
casi oscuro,
y el cielo extiende un manto infinito
con el que nos acobija a mí y cuatro chicos,
mientras un faso pasa, de mano en mano,
y el tiempo sucede, lento, lento.
En mi cabeza pasan horas,
cuando el reloj marca tan solo minutos,
y mis labios gesticulan palabras
que resquebrajan la intimidad,
confesando verdades secretas,
que me expulsan del aislamiento.
La oscuridad crece en proporciones,
y los jóvenes se mimetizan en ella,
sintiéndome hablar sola,
cuando todo lo que me rodea se volatiza,
perdiéndose en un panorama difuso y monocromático,
dejando un negro vacío que me contiene.
Las figuras se reincorporan a la escena,
y el ambiente vuelve a solidificarse
tras su súbita evaporación,
ya no hablo sola,
dos ojos verdes me observan,
a su lado, dos color negro, escondidos tras unas gafas.
El instante se prolonga,
viviendo un tempo largo
donde me siento embriagar de fuertes sensaciones
e intensos deseos,
y me alegro de ser humana, de sentir tanto
y de mañana poder reescribir los hechos.
Despacio, sentí despacio,
la brevedad de la vida puede pasar desapercibida
ante el lento fluir de una pasión,
la sucesiva prolongación de un hecho
y la continuidad sin prisa de un beso,
que burlan la fugacidad de la existencia.
No te apures,
disfrutá la paulatina intensificación de la embriaguez,
sorbo por sorbo,
despacio.
No vive más quien tiene prisa
ni quien se preocupa por acrecentar en número
sus experiencias y vivencias,
sino quien ante los hechos externos
experimenta las respuestas de su espíritu
sintiendo cada matiz y grado de intensidad,
sin rehuir ninguna dimensión o proporción
entregándose no solo a la contemplación del hecho
sino a la contemplación de sí mismo frente a ello.
No es la cantidad de circunstancias vividas,
sino la duración de estas
lo que podría llevarnos a vivir mucho,
porque solo ante la prolongación y
la lentitud de un suceso
uno asimila y absorbe las experiencias
que ensancharán el espectro general de la vida.
Haceme por eso el amor sin apuro por terminar,
que sea la continuidad de sentirnos,
tocarnos y besarnos
la fuente de nuestro placer
y vos, motivación de mis deseos
seas un calor pegado a mi cuerpo,
prolongado de manera indefinida,
que con solo recordarte,
todavía pueda sentir.
Mirame, no bajes los párpados,
quiero grabar en mis retinas
el estado de tu alma
que tus ojos reflejan,
con la lujuria y el deseo
adormeciéndote la mirada y el cuerpo,
mientras te entregas por completo
al placer de ser dos.
Dibujo, y las líneas que trazo
reviven tu imagen,
recreándote en escenarios
de lápices y papeles,
que dan continuidad a tu existencia.
Te saco de mi mente
y te reincorporo en una hoja,
exteriorizo la ansiedad por tu calor
y me valgo de esta falta que se convierte en deseo
como potencia para crear una obra
que condense las flaquezas y fortalezas
desarrolladas a partir de vos.
Entonces escribo y dibujo,
me reparto al exterior en hojas
entre líneas y párrafos,
sirviéndome de esta ausencia,
de los recuerdos y de la frustración
para retratarme el alma
y conocer a partir de ella
un fragmento de la condición humana.

viernes, 18 de enero de 2019

Para los que son dos


Qué lindo,
pienso,
ha de ser compartir
abrazos, caricias, cuerpo,
placeres, tragos, libros
canciones, tristezas y júbilos,
con alguien.

Amigo, amante, compañero,
aquel que no se busca,
sino se encuentra,
de pronto,
para ser dos soledades compartidas,
abrazándose
sin cruzar el abismo que separa las almas.

Qué afortunados,
pienso,
han de ser las parejas,
cuyas soledades se acompañan,
sin resolver nunca el misterio de cada uno,
y suman, uno más uno; dos,
sin el ridículo capricho por ser uno cuando cuentan dos.

Dos,
dos soledades,
dos carriles sin cruzarse,
dos vidas paralelas,
que no se entrecruzan,
sino que se acompañan desde cierta distancia,
respetando la brecha infranqueable
del retiro de sus almas.

Pero cuán difícil
torna la improbabilidad
el encontrarme con una soledad
que me acompañe en mi propio retraimiento,
me haga el amor y a su vez se zambulla por mi mente,
y sea amigo y cómplice,
con quien disfrute de existir,
y quiera sin posesionar.

Qué dichosos,
pienso entonces,
de aquellos que encontraron
una soledad que las acompañe
y mediante la cual conocieron
la belleza de disfrutar, contemplar,
cuidar y apreciar
el particular vínculo
que pudiera darse entre ambos.

Los observo, parejas
y pienso,
ojalá no reclamen tantos compromisos
ni exigencias,
ni olviden que solo acompañan en la vida de uno
y que la vida es propia de cada individuo.

Ojalá sean más amigos que posesiones,
y que compartan cuerpo y tiempo,
pero nunca se entreguen,
porque cada uno solo se pertenece a sí mismo.
Ojalá se disfruten más y se exijan menos,
que la existencia humana es breve,
y hoy son un suspiro cósmico, fugaz.

viernes, 14 de diciembre de 2018

(Im)personal

Se vertió cual agua,
para saciar la sed
de un hombre con premuras.
Derramó piel y sentimientos 
a los labios de quien solo
deseaba beber de la desnudez de su piel.
Objeto de satisfacción
del instinto más básico
que cualquier hombre siente.
Se volvió pues, un simple medio
entre él y el placer
pasando por encima de sus sentimientos.
Solo su cuerpo conoció valor
que resultó transitorio;
desapareció en cuanto el placer sació al hombre.
Y si preguntan
por qué dejó aprovecharse
para complacencia de un hombre
ella responde;
porque en ese instante
sintió más amor hacia él que hacia sí misma.
Porque el amor es eso, a veces;
existir en menor proporción
para complacencia del ser amado
y existir entonces, solo en piel,
ignorando el corazón doliente,
que en silencio llora.

Sobre porqué me gusta bailar contigo

Me gusta bailar contigo ebria,
porque puedo olvidar
las desilusiones que me regalaste
y ofrecerte a cambio una sonrisa
sincera y espontánea.
Porque puedo colgarme en tus ojos
sin que importe que vos lo notes
y sostener tu mirada penetrante
sin miedo a que consigas leer
el sentimiento escrito en mis ojos.
Porque mi cuerpo entero
se magnetiza a vos
desentendiéndome de la indiferencia
fingida y ficticia
con que me escudo
para protegerme de vos.
Porque me abrazo a vos sin piedad,
aferrándome al aroma de tus cabellos
preguntándome si será nuestra última proximidad
o si jugaremos por largo rato más
a romperme el corazón.
Porque debo huir de vos
y en cambio te doy un beso,
al que vos correspondés
para que le sucedan otros más
y todo mi ser se exalte.
Porque preguntás si me gustás,
por simple vanidad,
para que tus oídos se complazcan
en escuchar lo evidente
y yo, que quiero complacerte, digo que sí.
Porque me gustás mucho,
y vos que sabés del poder que tenés sobre mí,
sonreís, embriagado de orgullo,
porque te encanta que me rinda a vos
y te colme el corazón de ego y vanidad.
Porque en esos instantes
carece de importancia
que te aproveches
de una mujer enamorada
y seguimos bailando.

10.10


Las estrellas, cada noche, transitan los cielos
pero este deseo de sentirte
sigue persistiendo en mi interior

las ansias se agitan,
baten con fuerza contra mi espíritu
y este se aflige,

porque quisiera entregarte mi cuerpo, 
ofrenda del sentimiento más sincero profesado hasta entonces,
 y abrirte las piernas, a tu merced por un instante 

quisiera llevarte a la boca, una vez más,
encontrándome con el sabor que tu humanidad segrega
mientras el placer te embriaga y me acaricias los cabellos,

y sentirte dentro,
saciando la lujuria que vengo alimentando
desde la primera vez que nuestros cuerpos se sintieron.